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Para entonces, mi mente había entrado en una suerte de nirvana, en el que el mundo, con sus pompas y sus obras, sus afanes y temores, se había desvanecido casi por completo. Hubo un momento en el que mi mente pareció apagarse y me sentí abandonado en un océano de dicha. Finalmente, empezó a aplicarme por todo el cuerpo «pindas» calientes , una especie de cebollas de tela llenas de hierbas curativas que acaban con la resistencia del más tenaz.